martes, 14 de enero de 2014

Ética y traducción: la libertad y la responsabilidad del traductor

¿Es el traductor libre? Y si es libre, ¿qué tipo de libertad tiene, positiva o negativa? ¿Existe realmente una ética de la traducción? Estas preguntas me llevan al tema de la reflexión de esta entrada: la libertad y la responsabilidad del traductor y sus consecuentes decisiones éticas.


Para empezar se tienen que tener en cuenta los conceptos de libertad positiva y libertad negativa, o lo que es lo mismo, la libertad para y la libertad de. Pienso que el traductor tiene en cierto modo algo de ambos tipos de libertades: la libertad negativa, al ser la que aumenta o disminuye según las circunstancias del individuo, hace que dependa de la relación de poder del traductor con respecto a su cliente (o editor), su tema y su profesión.



Decía Sigmund Freud que el sentimiento de culpa hace que el individuo esté integrado en la sociedad, actuando de forma más «articulada» con respecto a los demás; razón no le faltaba al psicoanalista austriaco aunque prefiero en lugar de llamarlo «culpa» (opino que las personas libres no deben sentirse culpables si no han hecho nada), matizar el concepto sustituyéndolo por el de «conciencia de compromiso».

Ese compromiso hace que el traductor tenga obligaciones respecto a su servicio y producto, y en la medida que tiene obligaciones: su libertad es más bien positiva porque a través del ejercicio de la traducción, se van forjando sus intuiciones, sus esquemas mentales se vuelven más eficientes y esa experiencia conlleva a que el traductor desarrolle, en definitiva, su propio potencial, adaptándose al contexto de su contrato y a la circunstancias de sus recursos.

Dicho lo anterior, se me plantea la cuestión de la ética del sujeto que traduce. Su manera de comportarse, basándose en la deontología o principios propios, la teleología o los fines de sus actos y la ética de la virtud o de los buenos hábitos. Para que se dé la ética, es necesario, como he señalado antes, que el traductor sea libre y ello se manifiesta en su capacidad de tomar decisiones y esa capacidad de tomar decisiones hace que el traductor sea responsable. Sin responsabilidad, no hay ética ni por lo tanto principios que guíen su trabajo (Pym, 2012: 67).

El traductor tiene responsabilidades respecto a sus clientes, autores, lectores e intermediarios, a ellos, según Luis A. Pujante, les debe lealtad. Pero si tenemos en cuenta las jerarquías que existen en el mundo de la traducción, el traductor, que estaría entre los servidores de personales y los trabajadores de producción ‒siguiendo a Robert B. Reich‒, tiene una responsabilidad hacia el cliente (o editor) y este último hacia la sociedad.

Por consiguiente el traductor debe ser consciente que su trabajo tiene repercusiones sociales, y ante esa presión el «trujamán» se enfrenta a diario en su profesión ante el conflicto, la duda, la subordinación y la verdad. Todo ello lo debate en el ámbito donde se realmente se manifiesta la ética: en el espacio interno de la traducción: el lugar donde trabaja en la intimidad sopesando sus decisiones y desarrollando sus intuiciones profesionales.

En otras palabras, el traductor actúa éticamente en el ámbito donde tiene el control; en cambio,  en los espacios individuales de traducción, donde su trabajo es revisado por correctores y editores o en el espacio virtual, donde los receptores o público meta evalúan la traducción, el trabajo ya está hecho y está fuera de su control, sólo puede aprender de sus errores para la próxima traducción (Pym, 2012: 73)

La primera decisión del traductor, y la más importante, es la de aceptar el encargo, la determinación de traducir (Pym, 2012: 103). Se desencadena una consiguiente toma de decisiones que en función de los principios deontológicos, teleológicos y de ética de la virtud se verán afectados. 

En la deontología porque si el encargo va en contra de los valores del que traduce, se producirá un conflicto que le hará actuar de forma poco ética debido a su propia autotraición.

En lo teleológico, esa traducción sería como un fin que justificaría los medios. 

En cuanto a la ética de la virtud, al trabajar en contra de sus valores, el traductor en cuestión perdería credibilidad ante la profesión, sobre todo porque empezará a agradar a un público que en principio no tenía en mente, desvirtuando su recorrido profesional.

En el mundo profesional se valora cada vez más la imparcialidad y por lo tanto la invisibilidad del traductor ya que traducir tiene consecuencias sociales, aunque sean indirectas. A veces actuar con ética puede resultar paradójico porque es imposible agradar a todo el mundo si se cumple con los requisitos profesionales.

Llego a la conclusión que traducir es escoger caminos interpretativos, y que traducir con ética es traducir con coherencia con las decisiones traductológicas elegidas; toda decisión conlleva el sacrificio de las restantes.  La virtud es un instrumento que se afila con el uso.


Referencias bibliográficas:

Pym, Anthony (2012). On Translator Ethics. Trad. de Heike Walker. Amsterdam/ Philadelphia: John Benjamins.







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