¿Es el
traductor libre? Y si es libre, ¿qué tipo de libertad tiene, positiva o negativa?
¿Existe realmente una ética de la traducción? Estas preguntas me llevan al tema
de la reflexión de esta entrada: la libertad y la responsabilidad del traductor
y sus consecuentes decisiones éticas.
Para empezar se
tienen que tener en cuenta los conceptos de libertad positiva y libertad negativa, o lo que es lo mismo, la libertad para
y la libertad de. Pienso que el
traductor tiene en cierto modo algo de ambos tipos de libertades: la libertad
negativa, al ser la que aumenta o disminuye según las circunstancias del
individuo, hace que dependa de la relación de poder del traductor con respecto
a su cliente (o editor), su tema y su profesión.
Decía Sigmund
Freud que el sentimiento de culpa hace que el individuo esté integrado en la
sociedad, actuando de forma más «articulada» con respecto a los demás; razón no
le faltaba al psicoanalista austriaco aunque prefiero en lugar de llamarlo
«culpa» (opino que las personas libres no deben sentirse culpables si no han
hecho nada), matizar el concepto sustituyéndolo por el de «conciencia de
compromiso».
Ese
compromiso hace que el traductor tenga obligaciones respecto a su servicio y
producto, y en la medida que tiene obligaciones: su libertad es más bien
positiva porque a través del ejercicio de la traducción, se van forjando sus
intuiciones, sus esquemas mentales se vuelven más eficientes y esa experiencia
conlleva a que el traductor desarrolle, en definitiva, su propio potencial,
adaptándose al contexto de su contrato y a la circunstancias de sus recursos.
Dicho lo anterior, se me
plantea la cuestión de la ética del sujeto que traduce. Su manera de
comportarse, basándose en la deontología o principios propios, la teleología o
los fines de sus actos y la ética de la virtud o de los buenos hábitos. Para
que se dé la ética, es necesario, como he señalado antes, que el traductor sea
libre y ello se manifiesta en su capacidad de tomar decisiones y esa capacidad
de tomar decisiones hace que el traductor sea responsable. Sin responsabilidad,
no hay ética ni por lo tanto principios que guíen su trabajo (Pym, 2012: 67).
El traductor
tiene responsabilidades respecto a sus clientes, autores, lectores e
intermediarios, a ellos, según Luis A. Pujante, les debe lealtad. Pero si
tenemos en cuenta las jerarquías que existen en el mundo de la traducción, el
traductor, que estaría entre los servidores de personales y los trabajadores de
producción ‒siguiendo a Robert B. Reich‒, tiene una responsabilidad hacia el
cliente (o editor) y este último hacia la sociedad.
Por
consiguiente el traductor debe ser consciente que su trabajo tiene
repercusiones sociales, y ante esa presión el «trujamán» se enfrenta a diario
en su profesión ante el conflicto, la duda, la subordinación y la verdad. Todo
ello lo debate en el ámbito donde se realmente se manifiesta la ética: en el
espacio interno de la traducción: el lugar donde trabaja en la intimidad
sopesando sus decisiones y desarrollando sus intuiciones profesionales.
En otras
palabras, el traductor actúa éticamente en el ámbito donde tiene el control; en
cambio, en los espacios individuales de
traducción, donde su trabajo es revisado por correctores y editores o en el
espacio virtual, donde los receptores o público meta evalúan la traducción, el
trabajo ya está hecho y está fuera de su control, sólo puede aprender de sus
errores para la próxima traducción (Pym, 2012: 73)
La primera
decisión del traductor, y la más importante, es la de aceptar el encargo, la determinación
de traducir (Pym, 2012: 103). Se desencadena una consiguiente toma de
decisiones que en función de los principios deontológicos, teleológicos y de
ética de la virtud se verán afectados.
En la deontología porque si el encargo
va en contra de los valores del que traduce, se producirá un conflicto que le
hará actuar de forma poco ética debido a su propia autotraición.
En lo
teleológico, esa traducción sería como un fin que justificaría los medios.
En
cuanto a la ética de la virtud, al trabajar en contra de sus valores, el
traductor en cuestión perdería credibilidad ante la profesión, sobre todo
porque empezará a agradar a un público que en principio no tenía en mente,
desvirtuando su recorrido profesional.
En
el mundo profesional se valora cada vez más la imparcialidad y por lo tanto la
invisibilidad del traductor ya que traducir tiene consecuencias sociales,
aunque sean indirectas. A veces actuar con ética puede resultar paradójico
porque es imposible agradar a todo el mundo si se cumple con los requisitos profesionales.
Llego
a la conclusión que traducir es escoger caminos interpretativos, y que traducir
con ética es traducir con coherencia con las decisiones traductológicas
elegidas; toda decisión conlleva el sacrificio de las restantes. La virtud es un instrumento que se afila con
el uso.
Referencias
bibliográficas:
Pym,
Anthony (2012). On Translator Ethics.
Trad. de Heike Walker. Amsterdam/ Philadelphia: John Benjamins.
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