martes, 4 de febrero de 2014

Somos nuestros esquemas

Cuando yo voy al cine, primero me dirijo al lugar, hago cola en la taquilla para comprar la entrada, la pago, compro bebidas y palomitas, me dirijo a la sala, me siento en mi butaca, veo la película y me marcho a casa. He empleado una serie de expectativas que he adquirido por la experiencia y que aplico sin pensar: estoy utilizando un esquema o marco mental.

En gran medida los esquemas están relacionados con la adquisición de conceptos. El origen de los conceptos tiene más de 2000 años: existen desde cuando Platón se preguntaba acerca de la justicia, o el conocimiento (dos conceptos difíciles de definir). Algunos filósofos ‒como Leibniz o Descartes‒ argumentaban que los conceptos más importantes residían en la mente, otros ‒como Locke y Hume‒, afirmaban que los conceptos se adquieren por la experiencia (Thagard, 2005: 59-60).

La idea de esquema fue introducida por Kant en su Crítica de la razón pura (1781) y se desarrolló en el siglo XX debido al creciente interés de la psicología y la ciencia cognitiva (véase Bartlett, 1932; Rumelhart, 1980).  




Entonces ¿qué es un esquema? Hoy se entiende esquema o marco a que las personas construimos (y representamos) nuestros conocimiento del mundo de una forma organizada, significativa y que, al mismo tiempo, esta estructura determina nuestra manera de entender el mundo (León, 2004: 149).

Los esquemas no son solo estructuras conceptuales, sino que se trata de procesos activos mediante los cuales el sistema cognitivo o mente nuestra se relaciona con el medio y construye una representación de este. Cuanto más fluida y dinámica sea la adquisición de conocimiento, mayor será la eficacia de esta interacción con el medio (León, 2004:150).

Hay dos tipos de procesamiento o filtros para aprender:

a) Inductivo (abajo-arriba o bottom up, en inglés). Guiado por los datos que entran por los sentidos (lo que vemos, oímos, tocamos, etc.).

b) Deductivo (arriba-abajo o top down, en inglés). Guiado por el conocimiento conceptual o nuestras ideas previas, ajustando la información a estos esquemas.

Los esquemas se suelen emplear en procesos como la percepción, la comprensión, la memoria, la organización de la conducta, etcétera. Por ejemplo, en la memoria y la comprensión, el conocimiento previo y su organización son fundamentales: autores como Bransford y Johnson (1972), variaron la disposición del conocimiento previo bajo tres condiciones:

1) Facilitando un título apropiado del texto a los lectores.

2) Proporcionando dicho título inmediatamente tras la lectura.

3) Privando a los lectores del título.

Se llegó a la conclusión que para comprender coherentemente el texto, no era suficiente con tener un conocimiento del mundo, sino que dicho conocimiento debe ser activado o evocado antes de la lectura o durante esta (León, 2004:153).

Por eso el contexto en que se aprenden las cosas es muy importante: predispone a nuestra mente a enlazar lo que ya sabemos acerca de un tema con lo que no conocemos, encontrando puntos de conexión que hacen que se enriquezca nuestra comprensión sobre cualquier asunto.

Los esquemas no solo se aplican en contextos de aprendizaje (como en el cambio conceptual, al que le dedicaré un post más adelante), sino también en contextos como el humor (Howard, 1987: 34). Es decir, algo nos hace gracia porque «nos rompe los esquemas», se salta lo previsible.

Tampoco son todo ventajas: al actuar los esquemas como filtros, se omiten muchas partes que no comprendemos de la información que intentamos asimilar.

En otras ocasiones los esquemas pueden filtrar demasiado, como sucede con los estereotipos étnicos: a mucha gente le gusta etiquetar a pueblos y culturas por tópicos, comportándose de forma intolerante.

Otro inconveniente es el de cambiar ideas fijas: a veces sucede en ciencias que nuevos descubrimientos obligan a un cambio de paradigma o de las ideas previas que están muy asentadas; este cambio se produce de forma lenta por eso.

Otro problema es el de aplicar un esquema equivocado ante una información ambigua. De ahí surgen todos los malentendidos cotidianos (Howard, 1987: 50-51).

Para evitar estos inconvenientes es necesario «aprender a desaprender», tener la mente abierta y escuchar o leer bien las cosas antes de opinar. 

Espero haberte roto los esquemas o cambiado algunas ideas previas que tenías sobre la comprensión y hayas reestructurado tu conocimiento con este post.

Como diría Kant: «Vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros».


Referencias bibliográficas:

Bartlett, Frederic (1932). Remembering. Cambridge: Cambridge University Press.
Bransford, J. D. y M. K. Johnson (1972). «Conceptual prerequisites for understanding: some investigations of comprehension and recall». Journal of Verbal Learning and Verbal Behavior, 11: 717-726.
Howard, Robert (1987). Concepts and Schemata. An Introduction. Londres/Filadelfia: Cassel Educational.
León, José Antonio (2004). Adquisición de conocimiento y comprensión. Origen, evolución y método. Madrid: Biblioteca Nueva.
Rumelhart, David (1980). «Schemata. The Building Blocks of Cognition». En R. Spiro, B. Bruce y W. Brewer (eds.). Theoretical Issues in Reading Comprehension: 33-58. Hillsdale, Nueva Jersey: Erlbaum.
Thagard, Paul (2005). Mind. Introduction to Cognitive Science (2.ª edición). Cambridge: MIT Press.


 (Imagen).




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