La primera de las fases retóricas, la inventio o la selección de temas para el discurso, puede contener tópicos comunes o específicos; el orador o escritor clásico, echaba mano de ellos, pero hoy en día parece que cualquier referente es válido, sin atender a la fiabilidad de la fuente. ¿Está decayendo la calidad de nuestra literatura debido a ello?
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¿Tienen los jóvenes de hoy referentes de calidad? |
Esta reflexión mía data del 2012 del debate entre Mario Vargas Llosa y Giles Lipovetsky en la presentación del libro La civilización del espectáculo. Más tarde, en el 2013, en el máster que cursé, en una de las clases del Dr. David Marín, se nos habló de las nuevas generaciones de escritores ‒como la Generación Nocilla‒ en la que se defendía el empleo de inventivas o fuentes de inspiración entresacadas de Internet, blogs, posts de Facebook o Twitter, series de televisión, dibujos animados, etc.
Por lo tanto el debate se sitúa entre los partidarios de la alta
cultura, como Mario Vargas Llosa, como referente obligatorio o tópico
necesario, o los defensores de la libertad de inspiración, como Giles
Lipovetsky, como referentes libres y flexibles ante la tarea creadora.
Los defensores de la alta cultura argumentan que:
1) Aporta lucidez y sentido crítico.
2) Mejora la sensibilidad.
3) Defiende los grandes valores del ser humano como la libertad.
4) Proporciona una gran calidad de contenidos.
5) Nos salva del esnobismo y la frivolidad.
Los defensores de la libertad de referentes argumentan que:
1) Formatos como la novela clásica no se adaptan a las necesidades
expresivas de hoy.
2) Reflejan la multiplicidad de modos de vida posibles, la
individuación del autor.
3) Se democratiza las necesidades expresivas del individuo.
4) La gente no se siente identificada con las grandes autoridades.
5) Facilita la comunicación entre muchos grupos sociales (cultura de
masas), se les habla en «su idioma».
Yo opino que es cierto que el escritor u orador debe aportar
información novedosa y actualizada, además de tratar cuestiones que conecten
con los intereses de los lectores u oyentes; evitando los tópicos demasiado
empleados. Es importante contar cosas no dichas antes (Hernández Guerrero y
García Tejera, 2004: 93).
Todo depende, pues, del público meta: no es lo mismo dirigirse a un
auditorio joven y no instruido que a uno de gente de mayor edad y profesional,
o a un auditorio de académicos de la lengua, etc.
Los jóvenes, sobre todo los nativos digitales, están muy
familiarizados con todo lo relacionado con Internet, las redes sociales y las nuevas
tecnologías, y los asuntos que ellos abordan a diario guardan forzosamente
relación con esos temas. Lo que sucede es que la gente forma sus opiniones no
siempre basándose en fuentes fiables y rigurosas, se tiende a caer más en
rumorologías en las que circulan memes en lugar de corrientes de opinión.
Tampoco estoy diciendo que repitamos como papagayos lo que digan las
autoridades o lo que «se dice», «se piensa», etc. (lo que Heidegger llamaba «lo
uno»: corrientes de opinión que impiden que aflore nuestro
pensamiento más auténtico, expresión de nuestro ser).
Digamos que estoy a favor de digerir nuestros alimentos intelectuales
antes de opinar y, para ello, debemos alimentarnos con contenidos de calidad;
lo que no está reñido con que sean actuales y útiles, para que así hagamos uso
de nuestra capacidad crítica y tengamos opiniones verdaderamente propias.
También estoy a favor de ser creativo, pero esta creatividad debe
madurarse con una formación y observación previa de buenos modelos. Hoy en día
existe un gran acceso y gratuito a la cultura (Internet, bibliotecas, cines,
museos, conferencias, etc.). Es bueno experimentar, pero siempre con una buena
base teórica.
Bien es cierto que están surgiendo nuevos formatos narrativos como
pueden ser el microrrelato y la literatura basada en hipertextos y, por
consiguiente, estos formatos requieran una nueva manera de expresión (mayor uso
de un lenguaje sintético y elíptico, insinuando más que narrando, etc.); pero
eso no significa que otros formatos tradicionales se estén muriendo, como se
dice de la novela; esta última sigue siendo vigente y creo que se adapta
perfectamente a los nuevos tiempos.
En suma, se puede decir que el intelectual de hoy debe forzosamente
aprender de forma continua y salir de su torre de marfil; ni se debe leer solo a
los clásicos, ni se debe leer exclusivamente cualquier información novedosa.
Los clásicos ayudan a formar un buen criterio teórico que permitirá al individuo
seleccionar dentro de la avalancha de nuevos textos que surge en todo tipo de
medio. Hay que estar abierto al diálogo con lo moderno y escuchar a nuestros
jóvenes ¿Y tú qué opinas al respecto?
Referencias bibliográficas:
Hernández Guerrero, J. A. y M. C. García
Tejera (2004). El arte de hablar.
Manual de Retórica Práctica y de Oratoria Moderna. Barcelona: Ariel.
Ojeda, Alberto (25 de abril de 2012). «Vargas Llosa y
Giles Lipovetsky, alta cultura vs. cultura de masas» [en línea]. El cultural. <http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/3098/Vargas_Llosa_y_Giles_LipovetLip_alta_cultura_vs_cultura_de_masas>
[consulta 16-02-14].
(Imagen).
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