martes, 11 de febrero de 2014

Ivo Andrić y la mediación cultural

La gente empezaba a dividirse y a agruparse, a rechazarse y a atraerse, según nuevos criterios montados sobre bases nuevas. Sin embargo, todo se hacía a impulsos de viejas pasiones y de instintos ancestrales. (Andrić , 2010: 337).

En el puente de la novela Un puente sobre el Drina existe un lugar en el centro de este donde se desarrollan los acontecimientos del día a día, tanto positivos como negativos: la kapia (en frisio antiguo significa comprar). En ella se conversa animadamente, se canta, se ama, se juega: se puede dar todo lo que connota el amor. Pero también es lugar donde, dependiendo de las épocas, se ajusticia, se vigila, se atemoriza, se suicida uno (como Fata): también se puede dar todo lo que connota el odio.


La kapia, para lo bueno, simboliza lo que hoy se conoce como «tercer espacio»: un lugar neutral de encuentro para personas de diferentes culturas, en principio, para la concordia y el entendimiento, el festejo y la amistad; esta novela tiene varios fragmentos que reflejan esto que digo, como por ejemplo cuando se reunían muchos vecinos de Visegrad en una casa cuando ocurrieron las inundaciones; en esos momentos de desgracia, gentes de diferentes credos (cristianos, judíos y musulmanes) se sentían más unidos.

Todo esto guarda relación con la mediación ‒que puede ser cultural, comunitaria, sanitaria, familiar, escolar, laboral, etcétera‒. La mediación cultural es ante todo un ejercicio de alteridad, de ponerse en el lugar del otro, respetándolo aunque no se compartan los puntos de vista. No hay mediación sin conflicto, en este caso el tercer espacio sirve como una «tierra de nadie», un territorio neutral, donde las dos partes en conflicto se deben escuchar, comprenderse y llegar a un acuerdo gracias a la intervención de un mediador. La mediación es un método menos costoso que el juzgado cuando un acuerdo se alcanza.  

Toda escucha es enriquecimiento y toda interacción entre culturas es positiva para una mejor convivencia ciudadana; somos interdependientes: nos necesitamos los unos a los otros. Existen múltiples lugares de encuentro: las ciudades cosmopolitas, los museos, las asociaciones culturales y, cómo no, la universidad.

En la universidad se aprenden unos códigos, unos conocimientos, una cultura, unos valores, que se transmiten con la convivencia entre alumnos y profesores. Adquirimos una serie de hábitos, nos vestimos de una determinada manera, aprendemos a relacionarnos con personas diferentes, etcétera; todo ello, en un ambiente de apertura y de enriquecimiento.

La institución universitaria es un lugar donde interactúan:

1) Los productos intelectuales y estéticos de elevada calidad (ideas, artes y ciencias).

2) La perspectiva sociocultural (cómo una sociedad dada emplea las ideas, la ciencia, la ideología, etcétera.).

3) La antropología cultural (la producción prerreflexiva de las conductas sociales).

Por lo tanto, se dan en la universidad una distinción de diferentes niveles culturales en los que hay que tratar de segregar los resortes profundos de creación y transmisión los saberes y valores, además de rastrear las líneas y espacios de interacción entre grupos y niveles y, por último, los valores, las conductas, las artes y las ciencias son temporales, y solo deben analizarse bajo esta perspectiva (Frijhoff, 1986).

Sin esa alteridad ya sea uno guía turístico, educador, directivo, traductor, intérprete, etcétera, uno puede verse limitado por sus prejuicios. Por lo tanto ejercer estas profesiones es un ejercicio de abertura de la mente, de hacer en cierto modo de puente, para que fluya el entendimiento entre las partes, de la misma manera que el puente Mehmed-Pachá ha hecho históricamente fluir el comercio y las comunicaciones entre Occidente y Oriente.

La decisión de la concordia es siempre más inteligente: el comercio y las negociaciones tienen muchas más ventajas que la guerra. Todo se basa en la relación ganar-ganar. Tendemos hacia una sociedad cada vez más cosmopolita y debemos aprovecharnos de estas facilidades para comunicarnos y así enriquecernos; no quedándonos en una celebración constante de lo propio, sino en cultivarnos descubriendo lo que aporta el otro constantemente (como diría Fernando Savater).

Ya lo dice bien Miguel Oscar Menassa:
«La persona culta es aquella que vibra con su época». 
Referencias bibliográficas:

Andric, Ivo (2010). Un puente sobre el Drina. Trad. Luis del Castillo. Barcelona: Random House Mondadori.
Frijhoff, Willem (1986). «La Universidad como espacio de mediación cultural» [PDF en línea]. Historia de la educación: Revista interuniversitaria, 5.    <http://campus.usal.es/~revistas_trabajo/index.php/0212-0267/article/viewFile/6679/6669>  [consulta 09-02-2014].

(Imagen).




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