La gente empezaba a dividirse y a agruparse, a rechazarse y a atraerse, según nuevos criterios montados sobre bases nuevas. Sin embargo, todo se hacía a impulsos de viejas pasiones y de instintos ancestrales. (Andrić , 2010: 337).
En el puente de la
novela Un puente sobre el Drina
existe un lugar en el centro de este donde se desarrollan los
acontecimientos del día a día, tanto positivos como negativos: la kapia (en frisio antiguo significa comprar). En ella se conversa
animadamente, se canta, se ama, se juega: se puede dar todo lo que connota el
amor. Pero también es lugar donde, dependiendo de las épocas, se ajusticia, se
vigila, se atemoriza, se suicida uno (como Fata): también se puede dar todo lo
que connota el odio.
La kapia, para lo bueno,
simboliza lo que hoy se conoce como «tercer espacio»: un lugar neutral de
encuentro para personas de diferentes culturas, en principio, para la concordia
y el entendimiento, el festejo y la amistad; esta novela tiene varios
fragmentos que reflejan esto que digo, como por ejemplo cuando se reunían
muchos vecinos de Visegrad en una casa cuando ocurrieron las inundaciones; en
esos momentos de desgracia, gentes de diferentes credos (cristianos, judíos y
musulmanes) se sentían más unidos.
Todo esto guarda relación
con la mediación ‒que puede ser cultural, comunitaria, sanitaria, familiar,
escolar, laboral, etcétera‒. La mediación cultural es ante todo un ejercicio de
alteridad, de ponerse en el lugar del otro, respetándolo aunque no se compartan
los puntos de vista. No hay mediación sin conflicto, en este caso el tercer
espacio sirve como una «tierra de nadie», un territorio neutral, donde las dos
partes en conflicto se deben escuchar, comprenderse y llegar a un acuerdo gracias
a la intervención de un mediador. La mediación es un método menos costoso que
el juzgado cuando un acuerdo se alcanza.
Toda escucha es
enriquecimiento y toda interacción entre culturas es positiva para una mejor
convivencia ciudadana; somos interdependientes: nos necesitamos los unos a los
otros. Existen múltiples lugares de encuentro: las ciudades cosmopolitas, los
museos, las asociaciones culturales y, cómo no, la universidad.
En la universidad se
aprenden unos códigos, unos conocimientos, una cultura, unos valores, que se
transmiten con la convivencia entre alumnos y profesores. Adquirimos una serie
de hábitos, nos vestimos de una determinada manera, aprendemos a relacionarnos
con personas diferentes, etcétera; todo ello, en un ambiente de apertura y de
enriquecimiento.
La institución universitaria
es un lugar donde interactúan:
1) Los productos
intelectuales y estéticos de elevada calidad (ideas, artes y ciencias).
2) La perspectiva sociocultural
(cómo una sociedad dada emplea las ideas, la ciencia, la ideología, etcétera.).
3) La antropología cultural
(la producción prerreflexiva de las conductas sociales).
Por lo tanto, se dan en la
universidad una distinción de diferentes niveles culturales en los que hay que
tratar de segregar los resortes profundos de creación y transmisión los saberes y valores, además de rastrear las
líneas y espacios de interacción entre grupos y niveles y, por último, los
valores, las conductas, las artes y las ciencias son temporales, y solo deben
analizarse bajo esta perspectiva (Frijhoff, 1986).
Sin esa alteridad ‒ya sea uno
guía turístico, educador, directivo, traductor, intérprete, etcétera‒, uno puede
verse limitado por sus prejuicios. Por lo tanto ejercer estas profesiones es un
ejercicio de abertura de la mente, de hacer en cierto modo de puente, para que
fluya el entendimiento entre las partes, de la misma manera que el puente Mehmed-Pachá ha hecho históricamente fluir el comercio
y las comunicaciones entre Occidente y Oriente.
La decisión de la concordia es siempre más
inteligente: el comercio y las negociaciones tienen muchas más ventajas que la
guerra. Todo se basa en la relación ganar-ganar. Tendemos hacia una sociedad
cada vez más cosmopolita y debemos aprovecharnos de estas facilidades para
comunicarnos y así enriquecernos; no quedándonos en una celebración constante
de lo propio, sino en cultivarnos descubriendo lo que aporta el otro
constantemente (como diría Fernando Savater).
Ya lo dice bien Miguel Oscar Menassa:
«La persona culta es aquella que vibra con su época».
Referencias
bibliográficas:
Andric,
Ivo (2010). Un puente sobre el Drina.
Trad. Luis del Castillo. Barcelona: Random House Mondadori.
Frijhoff, Willem (1986). «La
Universidad como espacio de mediación cultural» [PDF en línea]. Historia de la educación: Revista
interuniversitaria, 5. <http://campus.usal.es/~revistas_trabajo/index.php/0212-0267/article/viewFile/6679/6669>
[consulta 09-02-2014].
(Imagen).
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