Hoy te voy a hablar de 1977. Se trata de un cortometraje de la directora de animación Peque Varela —corto que ha recibido 15 premios internacionales, entre otros reconocimientos—, un vídeo autobiográfico de su autora en el que se ve la problemática de la aceptación de género que sufren algunas personas y de cómo se las ingenian para integrarse en una sociedad que no siempre es comprensiva con este tipo de realidades. Como nota aclaratoria, mi postura de la sexología es más interaccionista (entre persona y realidad social) que universalista; coincido con esta última en que el enfoque esencialista (mayor peso a los genes que a las influencias del medio) no explica suficientemente bien este tipo de realidades.
Introducción y contexto
El corto 1977 hace referencia al año de
nacimiento de su directora y parece ser que, de forma sucinta, pretende narrar los grandes acontecimientos de su
infancia hasta su juventud. Este vídeo de menos de 10 minutos muestra sin
diálogos cómo los diferentes contextos
socioculturales (familia, compañeros de clase, sistema educativo, etc.) influyen y repercuten sobre María (nombre
que aparece al final del corto), la protagonista, a lo largo de su infancia y
adolescencia. Este vídeo —de alta carga simbólica— se realiza dentro de un marco teórico, y enfoque de la
sexología, universalista: un enfoque
crítico con el binomio «hombre» y «mujer», y que atiende a otro tipo de
realidades y sensibilidades del cuerpo, género, lenguaje y cultura; y cuya praxis,
por tanto, es crítica con statu quo.
Normativa de género y etapas
La
protagonista de esta historia vive como transportada por los acontecimientos: su
primer contacto con la otredad, su primera incursión dentro de la sociedad
ocurre durante el colegio, cuando todos juegan al baloncesto y van como
borregos tras el balón. María lanza la pelota y, de forma repentina, los muros
del gimnasio se caen, abriéndose al mundo, el dentro-fuera lacaniano que retoma Fuss (1999) como forma de crear nuestra identidad en función de los
límites exteriores. Lo de dentro sería la norma (heteronormatividad); y, lo de
fuera, la parte outsider, lo homosexual, lo patologizado (siguiendo la
polaridad de nuestra cultura). Por tanto, de forma retrospectiva deduje que la
protagonista tenía inclinaciones que se salían de la norma hetero.
Más adelante, cuando ha crecido un poco y está
en clase, María, gracias a su poderosa imaginación, rompe los límites de un
diagrama matemático y acaba con la dicotomía categorial; solo entonces se
imagina jugando al fútbol en un kilométrico campo de la serie anime Oliver y Benji, pero surge una de sus primeras experiencias
negativas: las demás chicas la llaman marimacho
y entonces aparece el garabato de color negro, uno de los símbolos
cruciales de este relato visual. El mencionado garabato representa su frustración e impotencia frente una realidad que empieza
a no cumplir con sus expectativas.
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Cartel de 1977, un corto de animación de Peque Varela (2007). |
Esto es un fiel reflejo de los roles de
género que interiorizamos todos desde la infancia: se nos normaliza en la
dicotomía hombre-mujer heterosexuales, para que, según los autores de la
corriente universalista, se perpetúen a través estos roles impuestos (por
ejemplo, las chicas visten con faldas rosas, juegan a las muñecas y son
dóciles; los chicos, de azul, con pantalones, y pueden ser más desobedientes y
extrovertidos) y la jerarquía de poderes que —de nuevo, según los autores— impone la sociedad
patriarcocapitalista con raíces religiosas.
Es interesante como la chica (no estoy
considerando el género sino el sexo) en un momento dado sufre una deconstrucción de su cuerpo a modo de
playmóbil con las piezas intercambiables mientras en el fondo se veían los
diferentes roles de género establecidos por la sociedad. Estaríamos hablando de
un proceso de deconstrucción derridiano en el que María sufre —y mucho—, porque
su identidad entra en conflicto, de
la misma manera que sucede con las identidades trans a las que la sociedad empuja a realizar el transito hombre <
> mujer para que estas personas estén a gusto con su forma de pensar, sentir
y comportarse en sociedad; evitando ese tipo de disonancias, que, además, la
psiquiatría patologizaba como disforia de género (ya no es considerada una enfermedad mental
en el DSM-5) por no encajar ni en la heteronormatividad y en la cishomonormatividad (lo considerado «normal» dentro de la cultura gay y lesbiana). Esto obedece a
los enfoques esencialistas que afirman que se es o no hetero u homo, pero no se
puede beber de distintos géneros ni orientaciones sexuales, cosa que Kinsey (1948,
1953) en el siglo xx desmintió con su famoso estudio: El informe Kinsey.
Otro de los grandes acontecimientos es cuando
oficialmente se reconoce a la protagonista como mujer «en toda regla» debido a su menarquía; es ahí que la
sociedad a través de su discurso
polarizado define lo masculino y femenino, también es la edad en la que
está permitido manifestar la conducta y orientación sexual normativa (ya sabes
cuál es), por tanto choca —más antes que hoy en día, en mi opinión—, que una persona salga fuera, del armario, haga visible su orientación
LGB. ¿Y qué pasaría si ella fuese intergénero
o su expresión de género fuese trans o queer (con o sin tránsito hacia el
cambio de cuerpo)? Pues que también le aparecería el garabato oscuro.
Los otros
En primer lugar, como decía Jean Paul Sartre: «El infierno son los demás». Esa frase refleja perfectamente lo que
siente María durante su desarrollo tanto cognitivo como afectivo mediante las
personas significativas que la rodean: familia y amigos; figuras de autoridad:
los profesores, agentes públicos; o el resto de la sociedad: los conocidos y
desconocidos. Ya sea a través de sobreprotección parental o mediante los moldes
y narraciones que imponen la sociedad, la protagonista alimenta cada vez más ese
garabato, ese malestar que se apodera poco a poco de ella y que le puede hacerse
sentir incómoda con su propio género y cuerpo.
Por otra parte, debido al insulto y el rechazo que sufre por no encajar dentro de
los discursos, miradas y narraciones normativas, la protagonista ajusta una y otra vez su manera de expresarse natural y
creativa, pero nunca logra ceder del todo. En consonancia con Pérez-Fontdevila (2014), la alteridad,
lo exterior, las musas, etc., son las que guían nuestros deseos y lo que
paradójicamente nos pertenece de forma legítima. Es decir, lo legal y aceptado nos
lo arrebata y nos deja sin nuestra propia autonomía: nos desagencializa. Por
consiguiente, la alteridad tiene un gran peso en nuestra evolución como
personas, pero no nos determina, a mi parecer, ya que todos podemos ser
resilientes y sobrellevar nuestros conflictos.
Conclusión
Este relato visual me ha hecho reflexionar sobre cómo se sienten algunas
personas que no se identifican con lo que la sociedad y
la cultura nos ofrecen como guía para desarrollarnos y convivir con los demás.
Al final, pegarle una patada al garabato es lo que hace la (¿elle?)
protagonista —que parece ser que asume su género y orientación sexual—; esto es lo
que psicólogos como Patricia Ramírez
llaman practicar el «me la repampinfla»:
un deporte muy sano que recomiendo practicar para no darle tantas vueltas al
qué dirán y seguir nuestras intuiciones y tomar nuestras decisiones acordes siempre
con nuestra escala de valores y no la que nos imponen los demás.
Ahora bien, es cierto que hay casos y sensibilidades que, cuando no tienen el suficiente apoyo
social y comunitario, se sienten
incomprendidos y cuyo sufrimiento puede llegar incluso por acabar en suicidio.
Póngase el caso de un joven homosexual egosintónico (feliz por dentro con su
orientación), pero cuyos progenitores, muy religiosos y conservadores, lo llevan
en contra de su voluntad a una terapia reparativa (de cura de la orientación homosexual)
con la amenaza de echarlo de casa y retirarle todo el afecto.
Puede haber muchos más casos similares, pero lo
que quiero poner de relieve es que, en
lugar de victimizarse, que es lo más fácil, es importante aprender a no ser susceptible y aceptar (hasta cierto
punto) que los demás no están ahí necesariamente para cumplir con nuestras
expectativas. La vida no siempre es fácil.
Por tanto, cultivemos,
como la protagonista, el «me la repampinfla» o «a quién le importa» de Alaska,
y desarrollemos un autoconcepto y autoestima sanos; y, en lugar de
denunciar sistemáticamente a los demás en conjunto, tomemos medidas contra personas concretas que nos faltan al respeto
o nos agrede (física, emocional o sexualmente). Así pues, de esta forma seremos
asertivos, auténticos e integrados en la sociedad, sin dejar de luchar por nuestros
derechos.
Referencias bibliográficas
Fuss, D. (1999). Dentro/Fuera, en Neus Carbonell y Meri
Torras (eds.), Feminismos literarios.
Madrid: Arco Libros
Kinsey, A. C., Pomery, W. B. y Martin, C. E. (1998 [reimpresión
del original del 1948]) Sexual Behavior
in the Human Male (Comportamiento sexual del hombre). Bloomington: Indiana
University Press. ISBN 0-253-33412-8.
Kinsey, A. C., Pomery, W. B., Martin,C. E. y Gebhard, P. H.
(1998 [reimpresión del original de 1953]) Sexual
Behavior in the Human Female (Comportamiento sexual de la mujer).
Bloomington: Indiana University Press. ISBN 0-253-33411-X.
Pérez-Fontdevila, A. (2014). La autoridad en deseo. Algunas
reflexiones sobre sujeción y sexualidades. Quadern
de les idees, les arts i les lletres, 193.
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