martes, 21 de noviembre de 2017

La Peque: los corsés socioculturales y el querer ser

Hoy te voy a hablar de 1977. Se trata de un cortometraje de la directora de animación Peque Varela —corto que ha recibido 15 premios internacionales, entre otros reconocimientos—, un vídeo autobiográfico de su autora en el que se ve la problemática de la aceptación de género que sufren algunas personas y de cómo se las ingenian para integrarse en una sociedad que no siempre es comprensiva con este tipo de realidades. Como nota aclaratoria, mi postura de la sexología es más interaccionista (entre persona y realidad social) que universalista; coincido con esta última en que el enfoque esencialista (mayor peso a los genes que a las influencias del medio) no explica suficientemente bien este tipo de realidades.


Introducción y contexto


El corto 1977 hace referencia al año de nacimiento de su directora y parece ser que, de forma sucinta, pretende narrar los grandes acontecimientos de su infancia hasta su juventud. Este vídeo de menos de 10 minutos muestra sin diálogos cómo los diferentes contextos socioculturales (familia, compañeros de clase, sistema educativo, etc.) influyen y repercuten sobre María (nombre que aparece al final del corto), la protagonista, a lo largo de su infancia y adolescencia. Este vídeo —de alta carga simbólica— se realiza dentro de un marco teórico, y enfoque de la sexología, universalista: un enfoque crítico con el binomio «hombre» y «mujer», y que atiende a otro tipo de realidades y sensibilidades del cuerpo, género, lenguaje y cultura; y cuya praxis, por tanto, es crítica con statu quo.



Normativa de género y etapas

La protagonista de esta historia vive como transportada por los acontecimientos: su primer contacto con la otredad, su primera incursión dentro de la sociedad ocurre durante el colegio, cuando todos juegan al baloncesto y van como borregos tras el balón. María lanza la pelota y, de forma repentina, los muros del gimnasio se caen, abriéndose al mundo, el dentro-fuera lacaniano que retoma Fuss (1999) como forma de crear nuestra identidad en función de los límites exteriores. Lo de dentro sería la norma (heteronormatividad); y, lo de fuera, la parte outsider, lo homosexual, lo patologizado (siguiendo la polaridad de nuestra cultura). Por tanto, de forma retrospectiva deduje que la protagonista tenía inclinaciones que se salían de la norma hetero.

Más adelante, cuando ha crecido un poco y está en clase, María, gracias a su poderosa imaginación, rompe los límites de un diagrama matemático y acaba con la dicotomía categorial; solo entonces se imagina jugando al fútbol en un kilométrico campo de la serie anime Oliver y Benji, pero surge una de sus primeras experiencias negativas: las demás chicas la llaman marimacho y entonces aparece el garabato de color negro, uno de los símbolos cruciales de este relato visual. El mencionado garabato representa su frustración e impotencia frente una realidad que empieza a no cumplir con sus expectativas

Cartel de 1977, un corto de animación de Peque Varela (2007).


Esto es un fiel reflejo de los roles de género que interiorizamos todos desde la infancia: se nos normaliza en la dicotomía hombre-mujer heterosexuales, para que, según los autores de la corriente universalista, se perpetúen a través estos roles impuestos (por ejemplo, las chicas visten con faldas rosas, juegan a las muñecas y son dóciles; los chicos, de azul, con pantalones, y pueden ser más desobedientes y extrovertidos) y la jerarquía de poderes que de nuevo, según los autores— impone la sociedad patriarcocapitalista con raíces religiosas.

Es interesante como la chica (no estoy considerando el género sino el sexo) en un momento dado sufre una deconstrucción de su cuerpo a modo de playmóbil con las piezas intercambiables mientras en el fondo se veían los diferentes roles de género establecidos por la sociedad. Estaríamos hablando de un proceso de deconstrucción derridiano en el que María sufre —y mucho—, porque su identidad entra en conflicto, de la misma manera que sucede con las identidades trans a las que la sociedad empuja a realizar el transito hombre < > mujer para que estas personas estén a gusto con su forma de pensar, sentir y comportarse en sociedad; evitando ese tipo de disonancias, que, además, la psiquiatría patologizaba como disforia de género (ya no es considerada una enfermedad mental en el DSM-5) por no encajar ni en la heteronormatividad y en la cishomonormatividad (lo considerado «normal» dentro de la cultura gay y lesbiana). Esto obedece a los enfoques esencialistas que afirman que se es o no hetero u homo, pero no se puede beber de distintos géneros ni orientaciones sexuales, cosa que Kinsey (1948, 1953) en el siglo xx desmintió con su famoso estudio: El informe Kinsey.

Otro de los grandes acontecimientos es cuando oficialmente se reconoce a la protagonista como mujer «en toda regla» debido a su menarquía; es ahí que la sociedad a través de su discurso polarizado define lo masculino y femenino, también es la edad en la que está permitido manifestar la conducta y orientación sexual normativa (ya sabes cuál es), por tanto choca —más antes que hoy en día, en mi opinión—, que una persona salga fuera, del armario, haga visible su orientación LGB. ¿Y qué pasaría si ella fuese intergénero o su expresión de género fuese trans o queer (con o sin tránsito hacia el cambio de cuerpo)? Pues que también le aparecería el garabato oscuro.

Los otros

En primer lugar, como decía Jean Paul Sartre: «El infierno son los demás». Esa frase refleja perfectamente lo que siente María durante su desarrollo tanto cognitivo como afectivo mediante las personas significativas que la rodean: familia y amigos; figuras de autoridad: los profesores, agentes públicos; o el resto de la sociedad: los conocidos y desconocidos. Ya sea a través de sobreprotección parental o mediante los moldes y narraciones que imponen la sociedad, la protagonista alimenta cada vez más ese garabato, ese malestar que se apodera poco a poco de ella y que le puede hacerse sentir incómoda con su propio género y cuerpo.  

Por otra parte, debido al insulto y el rechazo que sufre por no encajar dentro de los discursos, miradas y narraciones normativas, la protagonista ajusta una y otra vez su manera de expresarse natural y creativa, pero nunca logra ceder del todo. En consonancia con Pérez-Fontdevila (2014), la alteridad, lo exterior, las musas, etc., son las que guían nuestros deseos y lo que paradójicamente nos pertenece de forma legítima. Es decir, lo legal y aceptado nos lo arrebata y nos deja sin nuestra propia autonomía: nos desagencializa. Por consiguiente, la alteridad tiene un gran peso en nuestra evolución como personas, pero no nos determina, a mi parecer, ya que todos podemos ser resilientes y sobrellevar nuestros conflictos.

Conclusión

Este relato visual me ha hecho reflexionar sobre cómo se sienten algunas personas que no se identifican con lo que la sociedad y la cultura nos ofrecen como guía para desarrollarnos y convivir con los demás. Al final, pegarle una patada al garabato es lo que hace la (¿elle?) protagonista —que parece ser que asume su género y orientación sexual—; esto es lo que psicólogos como Patricia Ramírez llaman practicar el «me la repampinfla»: un deporte muy sano que recomiendo practicar para no darle tantas vueltas al qué dirán y seguir nuestras intuiciones y tomar nuestras decisiones acordes siempre con nuestra escala de valores y no la que nos imponen los demás.

Ahora bien, es cierto que hay casos y sensibilidades que, cuando no tienen el suficiente apoyo social y comunitario, se sienten incomprendidos y cuyo sufrimiento puede llegar incluso por acabar en suicidio. Póngase el caso de un joven homosexual egosintónico (feliz por dentro con su orientación), pero cuyos progenitores, muy religiosos y conservadores, lo llevan en contra de su voluntad a una terapia reparativa (de cura de la orientación homosexual) con la amenaza de echarlo de casa y retirarle todo el afecto.

Puede haber muchos más casos similares, pero lo que quiero poner de relieve es que, en lugar de victimizarse, que es lo más fácil, es importante aprender a no ser susceptible y aceptar (hasta cierto punto) que los demás no están ahí necesariamente para cumplir con nuestras expectativas. La vida no siempre es fácil.

Por tanto, cultivemos, como la protagonista, el «me la repampinfla» o «a quién le importa» de Alaska, y desarrollemos un autoconcepto y autoestima sanos; y, en lugar de denunciar sistemáticamente a los demás en conjunto, tomemos medidas contra personas concretas que nos faltan al respeto o nos agrede (física, emocional o sexualmente). Así pues, de esta forma seremos asertivos, auténticos e integrados en la sociedad, sin dejar de luchar por nuestros derechos.


Referencias bibliográficas

Fuss, D. (1999). Dentro/Fuera, en Neus Carbonell y Meri Torras (eds.), Feminismos literarios. Madrid: Arco Libros
Kinsey, A. C., Pomery, W. B. y Martin, C. E. (1998 [reimpresión del original del 1948]) Sexual Behavior in the Human Male (Comportamiento sexual del hombre). Bloomington: Indiana University Press. ISBN 0-253-33412-8.
Kinsey, A. C., Pomery, W. B., Martin,C. E. y Gebhard, P. H. (1998 [reimpresión del original de 1953]) Sexual Behavior in the Human Female (Comportamiento sexual de la mujer). Bloomington: Indiana University Press. ISBN 0-253-33411-X.
Pérez-Fontdevila, A. (2014). La autoridad en deseo. Algunas reflexiones sobre sujeción y sexualidades. Quadern de les idees, les arts i les lletres, 193.





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