Hace unas semanas
quedé fascinado por una exposición en la que se mostraban unas obras de Picasso
en la que se reflejaba su alter-ego más salvaje: el Minotauro. Lo que me hace
pensar en el lado instintivo de todo ser humano, especialmente de aquellos que
mejor saben expresar su potencial, la manifestación del genio.
Está mal visto,
socialmente hablando, mostrar nuestra faceta más instintiva, darle rienda
suelta a nuestras pulsiones más irracionales,... nuestro lado salvaje. Esto se
debe a que tenemos que anteponer, como seres interdependientes que somos (nos
necesitamos los unos a los otros), la convivencia y colaboración con nuestros
semejantes ya sea en el mundo laboral, social y familiar. Nuestra supervivencia
depende de ello. Vivimos en un mundo cultural que nos exige limitar nuestros
deseos y nos crea el famoso complejo de culpa para integrarnos en la
civilización (véase Freud, 1999 [1966]).
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Minotauro acariciando a una mujer dormida. Picasso (1933). |
Si esto no fuera
así, nos comportaríamos de una manera primitiva y estaríamos al mismo nivel que
los animales sin domesticar. Correcto, pero el otro opuesto, como indican los
psicólogos actuales, tampoco es nada saludable: ser personas que lo
racionalizan todo, que apenas toman decisiones porque siempre están sopesando los
pros y los contras, o que tienen problemas para alcanzar una vida sexual
satisfactoria.
La psicoanalista
Helena Trujillo comentó, apoyándose en la autoridad de Freud, en una de sus
conferencias, que de nada sirve sublimar (canalizar psicológicamente) nuestra
libido porque:
1) No se obtienen
resultados intelectuales de mejor calidad;
2) al intentar
desviar la corriente de ese «río», lo único que se consigue es malestar mental
o neurosis.
Por lo tanto, debemos mostrarnos inteligentes y a la vez transmitir emociones. Las personas
carismáticas, de hecho, tienen muy en cuenta esto; sino ¿cómo nos contagiarían
sus emociones? No serían lo mismo Barack Obama o Carlos Gardel sin su alegría y
sonrisa natural; o Margaret Thatcher sin carácter y aplomo, no hubiese podido
abrirse camino en ese mundo de hombres que es la política; o Beyoncé sin su
sensualidad y pasión femenina, no tendría tantos admiradores y admiradoras. La gente se quiere parecer a quienes conmueven.
Los retóricos
llaman a eso hacer uso del pathos,
apelar a las emociones, para persuadir. La manera más directa para convencer o
incluso para ligar. De ahí el éxito de las personas que saben transmitir rasgos
alfa (liderazgo, confianza, riesgo y carácter en los hombres; dulzura,
sensualidad y belleza en las mujeres [aunque sobre gustos no hay nada escrito]).
El seductor debe mantener un equilibrio entre lo racional (para crear interés y
empatía con la otra persona) y lo instintivo (para crear atracción).
Pero al igual que
en el mito del carro alado de Platón donde el auriga (razón) controla tanto el
caballo noble (moral) y el caballo de las pasiones irracionales (pulsiones), el
ser humano debe gestionar dichas tendencias instintivas mediante la
inteligencia emocional (no existe una razón fría que esté al 100 % al margen de
las emociones, estas son necesarias para acertar a la hora de tomar
decisiones). Identificar y canalizar tanto las emociones propias y ajenas es
todo un arte que se puede aprender.
En definitiva,
todos podemos sacar ese genio (en el buen sentido del término) que llevamos
dentro si frotamos la lámpara del autoconocimiento y no nos concedemos todos
nuestros deseos.
El Minotauro que llevamos dentro causa un impacto emocional en
los demás y de esta forma se logra dejar una huella como persona carismática. ¡Iluminemos
y calentemos con el fuego de nuestro ser! ¡No nos conformemos con ser ascuas!
Referencias bibliográficas:
Freud, Sigmund (1999) [1966]. El malestar en la cultura y otros ensayos. Trad. Ramón Rey Ardid y
Luis López-Ballesteros y de Torres. Madrid: Alianza Editorial.
(Imagen).
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